Por Eduardo Navarro, gerente general de Empresas Copec
Si bien cada país es una historia en sí misma, con su propio contexto y particularidades, una conducción que preserve el clima de inversiones tiene una importancia innegable para propiciar el emprendimiento, con ello la actividad económica y, por consecuencia, el desarrollo social. En el complejo y globalizado mundo de los negocios, la estabilidad institucional emerge como un factor crítico que incide directamente en las decisiones de inversión de las empresas.
Tal como sucede a nivel mundial, en Chile son muchas las señales del deterioro de la convivencia y la falta de interés por lograr consensos a la hora de definir políticas públicas. Ello, a pesar de la enorme necesidad que una gran mayoría ve por alcanzar grandes acuerdos y, así, movilizar al país.
Es la única forma de retomar el crecimiento y, con ello, contar con una fuente sostenible de recursos para ayudar a dar solución a los principales dolores sociales.
El proceso constituyente que nos ha desafiado estos últimos años pareciera ser un claro ejemplo. Aunque el rechazo a la propuesta de la ex Convención fue interpretado como un claro llamado de la población hacia la moderación, vemos a algunos interesados en que esta segunda oportunidad vuelva a fracasar, dejando nuevamente abierto un tema central para el país. Cómo ser optimistas por el futuro de Chile, si no somos capaces de ponernos de acuerdo ni siquiera en la norma fundamental que define los elementos básicos que nos ordenan como sociedad.
En paralelo, en el mundo político vemos discusiones estancadas en temas que son muy relevantes para los chilenos. No se percibe ningún interés por resaltar los puntos de acuerdos, que siempre los hay, en muchos temas, y que pueden ser más de los que pensamos. El debate se centra más en las diferencias, en las ideologías, en la nula capacidad para priorizar, ceder y negociar.
Desde el mundo de la empresa cuesta entender esa lógica. A modo de ejemplo, al desarrollar un plan estratégico para una compañía, mandatados por los accionistas, es indispensable acordar las distintas visiones que sobre una actividad o proyecto tienen los equipos. En esta “empresa” de todos, Chile, no percibimos esa misma voluntad de alcanzar consensos, para avanzar así hacia un espacio de mayor bienestar para todos. Donde las miradas técnicas diseñen políticas que vayan dándoles solución gradual a las necesidades de la población, y permitan también de esa forma recuperar la tan necesaria legitimidad y confianza en las instituciones.
El problema es que hay que actuar ya. Acá tenemos un sentido ético de urgencia. La falta de diálogo, de amistad cívica y la ausencia de sentido de acuerdos para lograr consensos que acrecienten las certezas, afectan gravemente las posibilidades de crecimiento del país, producto de sus efectos en las decisiones de los inversionistas.
Es claro que en escenarios inestables los inversores no ven las condiciones necesarias para comprometer sus recursos financieros. La forma como hacemos política genera incertidumbre, que sin duda se traduce en un clima de inversión desfavorable.
En un mundo donde el capital es altamente móvil, las empresas y los inversionistas buscan lugares más seguros para iniciar proyectos, los que en sí ya conllevan grandes riesgos, propios de toda actividad, especialmente en un mundo con un cambio tecnológico tan acelerado.
Los últimos años no han sido buenos para la economía chilena. Entre 2000 y 2014 el país creció por encima del promedio de la OCDE, incluso en varias oportunidades dobló el desempeño de las naciones más desarrolladas del mundo. La realidad que enfrentamos hoy es muy diferente. Por su parte, la inversión extranjera directa como porcentaje del PIB también ha decaído, mostrando hoy indicadores muy distintos a los que se tenían a comienzos de este milenio.
Pero, pese a todo, Chile sigue siendo un país lleno de fortalezas y oportunidades, logrando mantenerse, por décadas, como un faro en América Latina. Gracias a una histórica apertura económica, el país goza de una de las redes más poderosas del mundo en tratados de libre comercio, mediante convenios con 65 economías que equivalen al 88% del PIB global. Esta política es muy bien percibida desde el extranjero y les ha dado a nuestras industrias exportadoras un acceso privilegiado a los mercados internacionales.
Actualmente, como nunca, nuestra impresionante diversidad geográfica nos tiene en una posición muy privilegiada para enfrentar el futuro. Gracias a las intensas radiaciones solares y los vientos, hemos logrado importantes avances en energías renovables no convencionales. Estas ya alcanzan alrededor del 40% de la matriz eléctrica y seguimos siendo uno de los mejores países del mundo -y el primero en la región- para invertir en este tipo de proyectos.
Este impulso verde tiene un impacto directo en la minería, sector que se abastece cada vez más de generación renovable para operar. El cobre es reconocido como un material fundamental para la tan ansiada transición energética, siendo una pieza clave para nueva infraestructura de energía renovable. Además, nuestro rojo mineral será cada vez más necesario para el avance de la electromovilidad, ya que recordemos que un auto eléctrico utiliza entre cuatro y seis veces más cobre que uno convencional.
También hay enormes posibilidades en otras industrias, como el litio y el hidrógeno verde. Chile tiene una de las de mayores reservas de mineral blanco del mundo y cuenta con todas las condiciones para producir grandes cantidades de hidrógeno a bajo costo, ambos indispensables para descarbonizar la economía. Además, el desarrollo de estas industrias necesariamente requerirá de infraestructura, ya sea para transmisión eléctrica, carreteras o puertos.
Si tomamos buenas decisiones hoy, podemos aprovechar todas estas oportunidades. ¿Quién podría oponerse a esta historia de desarrollo?
«Por ello es crucial dar las señales necesarias para que el país retome con fuerza el camino de la inversión, una inversión sustentable. Chile nuevamente movilizado, competitivo, líder y, por supuesto, solidario».
La falta de certezas en materia tributaria, por ejemplo, ha sido un tópico de discusión recurrente durante las dos últimas décadas. Es indudable que se puede invertir en países con regímenes impositivos muy distintos. Pero se debe entender que las empresas chilenas son hoy más globales, que los países compiten por atraer capitales, por lo que el nivel de impuestos y la estabilidad de estos son determinantes. También facilitaría en esta discusión entender qué Estado queremos y de qué manera este tiene los estímulos para lograr las mayores eficiencias en el uso de los recursos recaudados, y que estos lleguen donde más se necesitan.
Asimismo, se debe impulsar un orden institucional que coordine y agilice los permisos necesarios para proyectos que requieren una Evaluación de Impacto Ambiental, potenciando la aplicación de criterios lo más técnicos posibles, en un contexto en que muchos de los nuevos proyectos -cobre, litio e hidrógeno, por de pronto- serán contribuidores netos al medioambiente global.
Las soluciones al problema hídrico, la informalidad laboral, el enorme tema de la seguridad de personas y empresas, así como la gran tarea de mejorar la calidad de la educación son todas batallas que el país debe enfrentar con firmeza, y tomando todas las decisiones con una mirada de largo plazo, ya que, de lo contrario, condicionamos en forma definitiva nuestras posibilidades de alcanzar ese anhelado desarrollo social.
La naturaleza y nuestra ubicación en el mundo nos han enseñado a ser resilientes en la dificultad. No será distinto esta vez. Pero en Empresas Copec vemos un país con un futuro lleno de posibilidades.
Escribimos estas palabras en septiembre, un mes especial para Chile y los chilenos. Quiero pensar que seremos capaces de ponernos de acuerdo sobre aquellos temas que parecen dividirnos, en aras del bien común, y reconociéndonos como una población diversa; sentando las bases de un crecimiento que nos encamine hacia mejores oportunidades y más bienestar para todos.
Siempre lo hemos dicho, no se puede trabajar en el mundo del emprendimiento si no se es optimista, no tendría sentido. Y somos optimistas.