Por Ignacio Briones R.
Doctor en Economía del Institut d´Etudes Politiques de Paris (Sciences Po); Ingeniero Comercial y Magíster en Economía y en Ciencias Políticas de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Fue ministro de Hacienda durante el segundo mandato del presidente Piñera y, previamente a su nombramiento, Decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, donde actualmente es profesor y Senior Fellow. Se ha desempeñado como director de empresas, consultor y es cofundador y presidente del directorio del Centro de Estudios Horizontal. Actualmente también participa de Enseña Chile, como profesor voluntario de matemáticas.
El cortoplacismo, las decisiones centradas en beneficios inmediatos escindidas de sus consecuencias futuras no solo es un problema individual, sino uno serio a nivel colectivo. Las acciones políticas o empresariales que exacerban el corto plazo a costa del futuro van difuminando la esperanza sobre el porvenir, retroalimentando un círculo vicioso que termina por destruirlo. El cortoplacismo engendra más cortoplacismo. Es la trampa de la inmediatez.
Las redes sociales y sus contenidos que apelan a nuestras emociones inmediatas agravan el problema. Son nuestra principal fuente de información, pero esta es fragmentada y performática, dominada por la cuña en vez del análisis.
Pasamos unas 2,5 horas diarias en estas plataformas, el doble entre jóvenes, lo que genera déficit atencional y orienta nuestro pensamiento hacia lo inmediato, afectando nuestra capacidad de abstracción, indispensable para pensar a futuro.
Esto condiciona las propuestas políticas y empresariales, que se ajustan a una demanda presentista, reforzando la trampa de la inmediatez.
Las acciones políticas o empresariales que exacerban el corto plazo a costa del futuro van difuminando la esperanza sobre el porvenir, retroalimentando un círculo vicioso que termina por destruirlo.
Pero, ¿en qué sentido hablar de cortoplacismo? ¿Cómo se manifiesta en la esfera pública, tanto política como empresarial? ¿Cómo podemos evitar el cortoplacismo y el riesgo de la trampa de la inmediatez?
1. ¿Cuánto descontar el futuro?
Las personas preferimos $ 100 hoy a $ 100 mañana y $ 100 seguros que $ 100 inciertos. Esto señala que aplicamos una tasa de descuento a las recompensas futuras, la que aumenta con la incertidumbre. Así, descontar el futuro en cierta medida no es un sesgo o anomalía; refleja riesgos, costo de oportunidad y la utilidad marginal decreciente del consumo.
El cortoplacismo engendra más cortoplacismo. Es la trampa de la inmediatez.
El problema del cortoplacismo surge cuando la tasa de descuento es excesiva, otorgando un peso desproporcionado al presente. El desafío es equilibrar adecuadamente presente y futuro. Y eso requiere de la virtud de la prudencia. Despilfarrar una herencia hoy es tan imprudente como vivir en la miseria para preservar una riqueza intacta mañana.
Los seres humanos tenemos un sesgo evolutivo que nos inclina hacia el presente, un rasgo heredado de nuestros ancestros que vivían en entornos peligrosos e inciertos. Uno de los primeros en identificarlo fue Adam Smith, filósofo moral y padre de la economía moderna. En su “Teoría de los Sentimientos Morales” planteó que nuestra capacidad de empatía y juicio moral se ve limitada por la cercanía interpersonal y temporal.
El problema del cortoplacismo surge cuando la tasa de descuento es excesiva, otorgando un peso desproporcionado al presente.
Smith describió cómo la simpatía (empatía), sentimiento que nos invita a ponernos en el lugar del otro, nos permite conectarnos más fácilmente con los cercanos, mientras que esa conexión se debilita con los extraños y también con nuestro propio yo futuro. Sufrimos de una miopía que privilegia el presente, como si una misma persona fuera otra distinta y ajena mañana. Por eso, dice Smith que “el placer del que disfrutaremos dentro de 10 años nos interesa tan poco en comparación con el que podemos disfrutar hoy (…) que uno jamás podría compensar al otro si no estuviese amparado por el sentido de la corrección (…)”.
Para contrarrestar este sesgo, Smith apela a nuestra razón –nada menos que lo que nos distingue del resto de las especies animales movidas meramente por sus instintos– a través de “la corrección” o prudencia y de la figura de un espectador imparcial que juzga desapasionadamente presente y futuro. Un espectador imparcial que “no se siente agotado por el esfuerzo presente de aquellos cuya conducta analiza, y tampoco requerido por los importunos llamamientos de sus apetitos presentes. Para él su situación actual y lo que probablemente sea su situación futura son casi idénticas”.
Como queda plasmado en “La Riqueza de las Naciones”, Smith entendió primero que nadie que combatir la miopía presentista es también fundamental desde la perspectiva económica. Sin sacrificio presente, sin simpatía por el futuro, sin ahorro ni inversión no hay desarrollo económico posible. El cortoplacismo es enemigo del desarrollo.
2. El cortoplacismo en la esfera pública: política y empresa
En la esfera pública -política o empresarial- el cortoplacismo puede amplificarse debido a problemas de agencia: agentes inclinados a decisiones que privilegian sus beneficios de corto plazo, pero que afectan negativamente al principal (ciudadanos o accionistas) en el largo plazo.
El cortoplacismo político
El problema de inconsistencia dinámica es inherente a la política. Políticos (agentes) con un horizonte de planificación corto -la próxima elección- tienen incentivos a privilegiar políticas populares de corto plazo, pero socialmente costosas en el largo. Y evitar políticas que les acarrean costos de corto plazo, pero socialmente beneficiosas a futuro.
Un ejemplo reciente de política cortoplacista es la de los retiros previsionales, extremadamente populares a corto plazo, pero que causaron altos costos en inflación o aumento de tasas de interés. Sin embargo, este cortoplacismo de políticos motivados por su reelección, no puede entenderse sin el masivo apoyo de sus electores a la medida, lo que evidencia uno de los peligrosos rasgos del populismo: explotar el impulso por la gratificación inmediata, ignorando las consecuencias futuras.
El cortoplacismo también lleva a la postergación de reformas de largo plazo fundamentales, como invertir en nuestra educación escolar o reformar el Estado y su obsoleto estatuto administrativo. Los políticos evitan estas reformas porque los costos, como conflictos gremiales y huelgas, son inmediatos, mientras que los beneficios se verán en el largo plazo.
Si la inconsistencia dinámica es inherente a la política, la nuestra parece exacerbar el fenómeno. Buena parte de la política parece más centrada en Twitter, la cuña en el matinal o la polémica diaria que en liderar con visión de futuro. Esta obsesión con lo inmediato, la falta de una mirada de futuro ambiciosa y de un sueño país es consustancial al estancamiento en el que llevamos tiempo sumidos y del que urge salir.
Cortoplacismo y empresa
La diferencia entre un rentista y un empresario es que el primero vive de las rentas de su riqueza, mientras que el segundo toma riesgos para construir nueva riqueza. Ese riesgo se llama futuro.
La mirada de largo plazo es indispensable para la creación de valor y para el desarrollo económico. Las innovaciones empresariales más extraordinarias son inconcebibles sin una perspectiva de largo plazo. Los productos que más han impactado nuestra vida, desde el primer automóvil a los smartphones, han tenido detrás un sueño y una apuesta de futuro.
Si el objetivo de la empresa es perdurar, eso solo es posible trazando una hoja de ruta sostenible anclada en una misión de largo plazo y una serie de objetivos intermedios. En ese sentido, debe preocuparse tanto por el corto como por el largo plazo. Sería una mala empresa si no sirviera las necesidades de sus clientes actuales. Pero también lo sería si por ánimo de una ganancia inmediata hipoteca su futuro.
La mirada de largo plazo es indispensable para la creación de valor y para el desarrollo económico.
De lo que se trata, al igual que en las personas, es de equilibrar prudentemente ambas temporalidades y reconocer que la mirada de corto plazo debe ser funcional a la larga. Debe ser un eslabón dentro de una cadena.
Esa prudencia supone también una ética empresarial potente. La empresa sirve y tiene consecuencias relevantes sobre el colectivo. Que una empresa sea sostenible implica internalizar que tiene una responsabilidad primaria con su entorno y con las generaciones actuales, pero también con las futuras.
Pocos temas ilustran mejor el deber de pensar en las generaciones futuras que el cambio climático y los desafíos medioambientales. Se trata de un asunto de justicia intergeneracional: así como sería injusto ignorar el impacto de nuestras acciones sobre otros contemporáneos, aunque nos resulten distantes, también lo sería que la generación actual, en busca de beneficios inmediatos, traslade los costos netos de su actuar a las generaciones distantes en el futuro.
Que una empresa sea sostenible implica internalizar que tiene una responsabilidad primaria con su entorno y con las generaciones actuales, pero también con las futuras.
Se trata de un desafío compartido entre la política y la empresa, donde la virtud de la prudencia vuelve a ser clave. Su ausencia conduce a dos extremos: el cortoplacismo que, al igual que el heredero que dilapida su herencia, solo maximiza el beneficio presente sin considerar las consecuencias futuras, y la avaricia, que reivindica un entorno futuro intocado a costa del bienestar actual.
3. ¿Cómo evitar la trampa de la inmediatez?
Para evitar la trampa de la inmediatez, lo primero es reivindicar el futuro. Aunque esto pueda parecer tautológico, en realidad no lo es: que tengamos un sesgo presentista no significa que todos lo tengan de igual forma. Para reivindicar el futuro se necesitan liderazgos capaces de persuadir al resto sobre la necesidad de levantar la mirada. Crear una ola de cambio cultural, tanto al interior de la empresa como en la sociedad.
En la empresa es vital contar con accionistas (principal) que entiendan la importancia del largo plazo y la responsabilidad de sus empresas en influir en el presente para construir el futuro. Los directorios deben mandatar explícitamente a la administración (agente) a incorporar el largo plazo en su gestión, incluyendo premios e incentivos explícitos en su favor, en lugar de la tendencia a sobrerrecompensar los resultados de corto plazo.
Además, es fundamental propiciar un cambio cultural respecto del fracaso. Los emprendimientos de largo plazo son más difíciles y riesgosos. Apostar por ellos implica, muchas veces, fracasar. Y si ese fracaso es castigado, en lugar de reconocido como intrínseco a la construcción de futuro, solo el corto plazo prevalecerá.
Desde la política pública se requiere operar en varios frentes para fomentar una mirada larga.
Por una parte, midiendo y mostrando los costos y beneficios de nuestras políticas en el futuro. Esto es condición necesaria para concientizar y acercar el futuro a la ciudadanía.
Por otra parte, modificando los incentivos para hacer más atractiva la inversión a futuro. En lo económico, disminuyendo la incertidumbre a través de un marco institucional estable de reglas claras y predecibles. A su vez, corrigiendo externalidades, eliminando trabas y simplificando la maraña de permisos que hoy son un impuesto a la inversión a largo plazo, sin renunciar a estándares exigentes en materia medioambiental y social.
En lo social, fomentando las inversiones en capital humano, especialmente en educación preescolar y escolar de alta calidad, esenciales para el despliegue de los talentos y una sociedad de oportunidades. Esto debe ir acompañado de una adecuada red de protección social que incentive la toma de riesgos individuales en la construcción de proyectos de vida futuros.
También es urgente reformar nuestro sistema político, cortoplacista y fragmentado, para incentivar la colaboración y acuerdos de largo plazo. La dificultad radica en políticos incumbentes con pocos incentivos a cambiar reglas que les afectan.
Adicionalmente, es necesario seguir avanzando en desanclar del ciclo político ciertas decisiones clave a largo plazo a través de instituciones técnicas y autónomas. Nuevamente la dificultad estriba en encontrar actores dispuestos a ceder poder hoy por un beneficio futuro.
Estas dificultades resaltan la importancia de tener liderazgos visionarios enfocados en modificar los incentivos cortoplacistas e institucionalizar decisiones de largo plazo. Pero también capaces de convencer a la ciudadanía sobre la importancia de tales cambios y movilizarla para que se los exijan a sus representantes.
4. Epílogo: la épica de volver a soñar
Para salir del presentismo, necesitamos convencer de que un futuro promisorio es posible, visibilizando sus beneficios y los costos de ignorarlo. Cuando no vemos el futuro, no hay expectativas ni planes de vida que proyectar y es natural que cunda el presentismo.
Quizás la mejor forma de valorar y visibilizar el futuro sea a través de una épica y de un sueño de largo plazo ambicioso, que movilice a la ciudadanía y le genere esperanza. Cambiar sus preferencias presentistas también influiría en una oferta política y empresarial con una visión de más largo plazo.
Llevamos una década con una economía estancada y sin reformas estructurales, económicas y sociales, que señalicen una hoja de ruta de largo plazo ambiciosa. La inmediatez nos está pasando la cuenta. Ello contrasta con las primeras dos décadas posretorno a la democracia, marcadas por un objetivo de largo plazo y reformas transformadoras. Es crucial recuperar esa visión de futuro.
Hoy tenemos una oportunidad histórica en las renovadas ventajas de nuestros recursos naturales al alero de la transición energética y el combate contra el cambio climático. Además de nuestra minería, indispensable para la transición, tenemos enormes ventajas en energías limpias, el sector forestal, la agroindustria y el turismo, entre otras áreas.
Aprovechar esta oportunidad requiere una visión de Estado a través de un pacto de desarrollo de largo plazo con metas ambiciosas y un entorno regulatorio que atraiga las multimillonarias inversiones necesarias. Y, para ello, necesitamos un sueño y un relato épico que visibilice esta oportunidad como fuente de orgullo y de gran riqueza y desarrollo futuro.
Pero nada de esto es posible sin actores políticos y empresariales a la altura, capaces de ir a contracorriente, asumir costos y desafiar el presentismo. Actores que sean capaces de proponer una hoja de ruta hacia el futuro y guiar a sus stakeholders: ciudadanos, consumidores y trabajadores.
¿Paternalismo? No, sencillamente liderazgo. Líderes que, parafraseando a Oscar Wilde, miren a las estrellas en lugar de quedarse en la cloaca. Líderes que nos inviten a levantar la mirada hacia el futuro, alejándonos de la trampa de la inmediatez.