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“Silencio, por favor. Necesitamos reflexionar”, por Eduardo Navarro

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Por Eduardo Navarro, gerente general de Empresas Copec.

Al imaginar el futuro, parece inevitable preguntarnos: ¿cómo soñamos lo que será nuestro país dentro de las próximas dos o tres décadas?

Una interrogante necesaria y urgente, que parece encontrar respuestas cada vez más limitadas. Mientras en el pasado parecía haber sueños colectivos de progreso y desarrollo para Chile, hoy existe una preocupante escasez de proyectos. Los colectivos van desapareciendo, y los personales son acotados. Hemos reducido nuestras aspiraciones a lo inmediato, perdiendo la capacidad de imaginar, proyectar o soñar esa sociedad que queremos ser más adelante, y por la cual trabajar hoy para transformarla en realidad. Metas del mañana, sacrificios del presente. 

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EN LA FOTO: Eduardo Navarro, gerente general Empresas Copec.

Quienes participamos en el mundo empresarial, o de una actividad emprendedora, somos por naturaleza soñadores. No nos conformamos con lo que existe, sino que constantemente proyectamos lo que podría ser. Imaginamos, planificamos y concretamos posibilidades, casi siempre en escenarios de incertidumbre. Soñar no es sinónimo de ingenuidad, sino que es el primer paso hacia la acción. 

Para intentar cambiar el mundo, a través de lo que hacemos, es indispensable el optimismo, claro sello que caracteriza a empresarios y emprendedores. Pero asumir riesgos y creer en un proyecto determinado con confianza no significa dejar de ser realista, por lo que siempre es necesario entender de límites y de entornos desafiantes. Por ello, es natural buscar las mejores opciones y escenarios para llevar adelante las inversiones, y eso no es ideología, es simplemente gestión del riesgo.  

“Quienes participamos en el mundo empresarial somos por naturaleza soñadores. No nos conformamos con lo que existe, sino que constantemente proyectamos lo que podría ser. Imaginamos, planificamos y concretamos posibilidades, casi siempre en escenarios de incertidumbre. Soñar no es sinónimo de ingenuidad, sino que es el primer paso hacia la acción”. 

Chile no está en su mejor momento en términos de crecimiento económico. Nadie puede estar conforme con las cifras actuales, como incluso lo han reconocido recientemente las máximas autoridades del país. Es positivo que al menos estemos todos conscientes de esta realidad, sobre todo después de tanto tiempo perdido en discutir lo poco que crecemos, enfocándonos más en explicar el pasado que en destrabar el futuro. Porque, si siguiéramos paralizados en esa discusión, otros avanzan y toman posiciones de ventaja en industrias del futuro, aprovechando oportunidades que podríamos estar dejando pasar. El crecimiento económico es fuente de bienestar para todos, y es la principal manera de allegar recursos para enfrentar los desafíos sociales que tenemos, de manera sostenible 

Nuestro país tiene ventajas únicas, que no debemos subestimar. Con el precio del cobre rondando los 4 dólares por libra, abundantes reservas de litio, la transición energética en marcha y sectores emergentes con gran potencial, como el hidrógeno verde, entre otros, no hay razones para conformismos o falta de ambición. Lo que necesitamos es una visión estratégica, que transforme estos recursos en desarrollo sostenible, en el marco de un proyecto de largo plazo para el país. Ese plan debe contemplar favorecer un entorno que fomente la inversión, la productividad y la innovación. Y esto va más allá de mejoras legales; se requiere actuar con convicción. Es un tema de actitud. 

Otra de las claves es consensuar certezas. El país arrastra años de incertidumbre en los más diversos temas. Uno de ellos se relaciona con materias de la estructura tributaria. Con la posible reforma que hoy se discute, sumaríamos casi veinte modificaciones de distinta magnitud desde 1990, es decir, en promedio una reforma cada dos años. Esto atenta contra un marco tributario competitivo, reglas claras y seguridad jurídica, condiciones esenciales para atraer inversión, extranjera y local. No se trata de evitar reformas o discusiones necesarias, sino de garantizar que estas sean equilibradas, con altura de miras e incorporando a las voces técnicas y expertas, para que perduren en el tiempo. El tema va incluso más allá del nivel de las tasas: se atrae inversión si se ofrece competitividad, sí, pero sobre todo, estabilidad.  

Además, necesitamos un Estado moderno y eficiente, que sea un socio estratégico de los nuevos proyectos. Alguna vez se escuchó a una autoridad de un país donde hemos hecho inversiones decirnos que somos “sus clientes”. Eso es actuar por un proyecto compartido de país, cada uno desde su rol. La iniciativa que se discute en el parlamento para acelerar los permisos es un paso importante para promover un mayor crecimiento, pero probablemente es insuficiente. No basta con reducir los tiempos de aprobación de proyectos; también debemos garantizar que estos procesos den seguridad., Una vez otorgados los permisos se debe tener la certeza necesaria para concretar un proyecto, teniendo en cuenta los caminos judiciales que han dilatado tantas iniciativas en Chile. En ese sentido, en vez de abocarnos únicamente a aprobar esta legislación, ¿no sería mejor una reforma más profunda al sistema? ¿Por qué no repensarlo desde cero y reconstruir uno que esté a la altura de los desafíos que impone el siglo XXI? Un sistema al servicio de los ciudadanos que, manteniendo criterios exigentes de cumplimiento, fomente al mismo tiempo el emprendimiento y valore al inversionista como un aliado, puede marcar la diferencia. Tan importante como los plazos es la disposición: debemos movernos desde una lógica de adversarios hacia una de espíritu colaborativo, entendiendo que todos ganamos si las cosas se hacen bien y rápido. 

También debemos terminar de superar prejuicios ideológicos que frenan nuestro potencial. Y es que, para crecer, la actividad privada es clave, no solo en Chile, sino en todos los países que han alcanzado el umbral del desarrollo, aprovechando sus fortalezas estructurales y ventajas competitivas. Chile es un país de recursos naturales y, lejos de acomplejarnos por ello, deberíamos sentir orgullo. La industria forestal y la minera, por ejemplo, son un motor de desarrollo sostenible que genera empleo y dinamiza economías locales. Apostar por nuestras fortalezas, en lugar de desvalorizarlas, es clave para avanzar. 

Pero no podemos hablar de desarrollo sin pensar en la formación de nuestros niños y jóvenes. Por ello, la educación debe ser otro foco en que concentremos nuestros esfuerzos. Recientes estudios nos advierten que el 60% de los estudiantes de segundo básico en Chile no alcanza los niveles esperados de comprensión lectora. Esta es una realidad que debemos cambiar. Hay que invertir urgentemente en la primera infancia y enseñanza básica. Los resultados son de largo plazo, no se ven en un período electoral, pero son más necesarios que nunca, dada la velocidad de cambios que hoy vemos en la sociedad moderna. 

Por último, soñar con un Chile mejor también implica pensar en su belleza, su cultura y su cohesión social. Un país limpio, ordenado y con un fuerte sentido cívico no es solo una aspiración estética, sino también una necesidad urgente ante un preocupante deterioro que se manifiesta tanto en el menoscabo de barrios y zonas tradicionales, como en el aumento de la percepción de violencia e inseguridad. Hay que recuperar el orgullo por lo que somos y reencontrarnos con el valor de la confianza y el respeto por el otro, incluso desde los gestos más cotidianos. 

Empresas Copec es hoy una compañía cada vez más global, pero que no olvida sus raíces, sus responsabilidades. Por eso hemos asumido el desafío de construir un mejor futuro para las generaciones venideras. Nuestra historia está marcada por una mirada de largo plazo, por el desarrollo de proyectos transformadores de industrias, por entender el importante rol que se tiene en los desafíos ambientales, dada la naturaleza de su negocio principal, así como también en la transición energética, en coherencia con su primera actividad. Y seguiremos haciéndolo, comprometiendo recursos de inversión, promoviendo la innovación, apoyando la educación.  

“Toda persona, organización y nación necesita un propósito claro, un proyecto futuro, una visión que inspire y una estrategia para alcanzarla. Pensar en el futuro, reflexionar, controlar los instintos, nos hace más humanos”. 

Por todo lo anterior, es importante que empecemos a salir de la trampa de la inmediatez, de ganar batallas cortas a costa de hipotecar el futuro. Como país, tenemos el desafío de volver a dialogar, con tal de planificar a largo plazo y trabajar en proyectos colectivos. Administramos tanto el presente que olvidamos el mañana y, en ese descuido, perdemos oportunidades valiosas. Toda persona, organización y nación necesita un propósito claro, un proyecto futuro, una visión que inspire y una estrategia para alcanzarla. Pensar en el futuro, reflexionar, controlar los instintos, nos hace más humanos. 

Hoy, más que nunca, es momento de hacer una pausa, evocar al silencio, detenernos a pensar, y soñar con el país que queremos ser. Se lo debemos a las futuras generaciones. 

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